Universo - Vía Lactea
Hace
mucho tiempo se creyó que la Tierra era el centro del universo, hasta
que Copérnico y Galileo nos persuadieron de que el Sol ocupaba
un lugar primordial y central. En el siglo XVIII, los astrónomos, conocedores
de que el Sol estaba próximo al centro del sistema de estrellas conocido
como la Galaxia (nombre griego de láctea) o la Vía Láctea, se preguntaron
si ésta era la única existente. En 1917, Harlow Shapley, en Mount Wilson
(California), utilizó sus cálculos de distancias con las estrellas variables
de los cúmulos globulares lejanos como fórmula para demostrar que el
Sol está, de hecho, a unos 50.000 años luz del centro (ahora se sabe
que son 30.000); y, en 1924, Edwin Hubble mostró que la Vía Láctea era
una de tantas galaxias.
ESTRUCTURA ESPIRAL
Desde entonces, los científicos han intentado definir a qué se parece
la Vía Láctea, dado que no encontramos en su interior. Estudiando las
galaxias cercanas, que sí vemos, podamos tener una idea de cómo es la
nuestra. Después de que Shapley desmintiera que la Tierra esté cerca
del centro de la Vía Láctea, los astrónomos empezaron a pensar sobre
si nuestra galaxia tendría forma de remolino, como algunas de las galaxias
vecinas, M31
en Andrómeda y M33
en Triángulo, por ejemplo. Hoy en día ya sabemos, al fin, que la Vía
Láctea es, en efecto, una galaxia plana en forma de espiral, excepto
en su centro, donde se encuentra una gran protuberancia. Está integrada
por unos doscientos mil millones de soles, muchos de los cuales no lleguemos
a ver porque el gas y el polvo lo impiden. El disco de la Vía Láctea
tiene un grosor aproximado de 1.500 años luz, con brazos en espiral
que se extienden hasta una distancia próxima a los 150.000 años luz.
Las estrellas y nebulosas, en esta inmensa formación, giran alrededor
de su centro de manera más o menos independiente, y nuestro Sol completa
una órbita cada 240 millones de años. Rodeando este disco galáctico
hay un halo de viejas estrellas que se extiende otros 150.000 años luz.
Estrellas solitarias y cúmulos globulares vagan por el halo de la galaxia,
a una enorme distancia del disco galáctico, pero aún atraidos por la
gravedad de éste. Regiones de materia oscura, invisible pero detectable
gracias a sus efectos gravitacionales, se extienden más allá.
Grandes
nubes de polvo interestelar bloquean gran parte de nuestra vista nocturna
de la Vía Láctea, que desde nuestra posición en el disco galáctico plano
parece una difusa banda de luz. Los satélites-telescopio de rayos
infrarrojos pueden "ver" a través del polvo interestelar y
revelar la estructura de la galaxia.
La órbita de la Tierra alrededor del Sol muestra una marcada desviación
con respecto al plano galáctico.
Aquí es donde nos encontramos.
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CENTRO DE LA VÍA LÁCTEA
La Vía Láctea contiene tanto
gas y polvo que dificultan observar el contenido de su centro. Durante
algún tiempo, los astrónomos creyeron que allí residía una fuente de
potentes emisiones de radio, llamada Sagittarius A. Ahora, en esta compleja
región se ha encontrado otra fuente más pequeña de intensa radiación,
conocida como Sagittarius A*, que podría ser un gran agujero negro,
con una masa de millones de soles. El material que cae en él desprendería
la enorme cantidad de energía que detectamos.
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Un gráfico basado en un sondeo radial
revela la gran cantidad de gas molecular en la región más interior
de nuestra galaxia: el gas se aleja de la Tierra y avanza hacia
ella. El gas más denso se ve blanco; el menos denso: azul. |
En el centro de la Vía Láctea se liberan
enormes cantidades de energía, produciéndose electrones que se desplazan
velozmente a lo largo de las líneas de campos magnéticos, iluminando
residuos de explosiones estelares. |
Una imágen de radio de un sondeo más
profundo del núcleo muestra en detalle una espiral de gas caliente
que cae hacia lo que podría ser un agujero negro unos 2.6 millones
de veces más masivo que el Sol. |
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